El próximo sábado se va a celebrar en Brihuega la carrera conmemorativa del III Centenario de la batalla del mismo nombre. Desgraciadamente, se trata de una conmemoración en la que por dignidad y por principios no puedo participar. ¿Por qué? No hay más que recordar un poco la historia.
En el año 1.700 moría el último Habsburgo, Carlos II el Hechizado, cuya vida fue la mejor demostración de que las leyes que prohiben el matrimonio consanguíneo tienen una base científica acertadísima. Moría sin descendencia y después de haber escrito dos testamentos, el primero a favor de la casa de Austria y el segundo de la de Borbón. Tanto Leopoldo I de Austria como Luis XIV de Francia estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, a la vez que sus respectivas madres eran hijas de Felipe III, padre del susodicho Felipe IV. Sus dos ambiciosos retoños aspiraban al trono. Lógicamente de esta ensalada de primos incestuosos no podía salir nada bueno. De hecho salió una mala guerra, la de Sucesión, que afectó a casi toda Europa, y en la que se alinearon de lado de los Austrias Inglaterra, Portugal, las Provincias Unidas, el Ducado de Saboya y por supuesto Austria. Del lado de los Borbones estaban Francia y Baviera. España, por su parte, hizo el primer ensayo de guerra civil, alineándose los reinos de Castilla y Navarra del lado de los Borbones y los de la Corona de Aragón del lado de los Austrias.
La guerra, tras diversas vicisitudes, se decidió en territorio peninsular a favor de Felipe V de Borbón, en las batallas de Almansa(1707) y Brihuega-Villaviciosa(1710) y se cerró con el Tratado de Utrecht.
Las consecuencias fueron desastrosas para España y han marcado nuestra historia durante los últimos 300 años. Las potencias europeas se repartieron la casi totalidad de los dominios de la corona española en Europa: los Países Bajos, Flandes, Sicilia, Nápoles, Cerdeña y el Milanesado. Menorca y Gibraltar fueron ocupados por los británicos. Mediante los decretos de Nueva Planta se abolieron los Fueros y las Cortes de los reinos de la Corona de Aragón, excluyendo la representación de la sociedad civil en su gobierno, reforzando la autoridad militar sobre la civil, y sentando las bases del estado absolutista y centralista borbónico que tantos problemas ha originado en el trascurso posterior de la historia, degenerando en el caos autonómico que ahora sufrimos.
Pero la peor desgracia que aconteció, muy superior a cualquiera de las anteriores, fue la llegada a España de los borbones. Un Borbón es capaz de dejar a sus mejores partidarios con el culo al aire a la mínima amenaza (y si no que les pregunten a Esquilache, Godoy o Primo de Rivera). Capaz de ceder todos los territorios de España y América a Napoleón a cambio de una pensión y el reino de Etruria. Capaz de jurar la Constitución de Cádiz y enviar a continuación a los Cien Mil Hijos de San Luis a masacrar liberales. Capaz de jurar los Principios del Movimiento con tal de conseguir el trono, saltándose la línea sucesoria y la voluntad de su padre. Capaz de intervenir de una u otra forma en todo golpe de estado o asonada que se le ponga por delante. Y con un comportamiento tan “personal” que hasta se ha acuñado un verbo para definirlo: borbonear.
Perdonad pues que este sábado no comparta la celebración con vosotros. Para mi será un triste fin de semana. Pero el martes se me pasará cuando me toque la lotería. Y si no me toca tambien.
Borbón y cuenta nueva.
En el año 1.700 moría el último Habsburgo, Carlos II el Hechizado, cuya vida fue la mejor demostración de que las leyes que prohiben el matrimonio consanguíneo tienen una base científica acertadísima. Moría sin descendencia y después de haber escrito dos testamentos, el primero a favor de la casa de Austria y el segundo de la de Borbón. Tanto Leopoldo I de Austria como Luis XIV de Francia estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, a la vez que sus respectivas madres eran hijas de Felipe III, padre del susodicho Felipe IV. Sus dos ambiciosos retoños aspiraban al trono. Lógicamente de esta ensalada de primos incestuosos no podía salir nada bueno. De hecho salió una mala guerra, la de Sucesión, que afectó a casi toda Europa, y en la que se alinearon de lado de los Austrias Inglaterra, Portugal, las Provincias Unidas, el Ducado de Saboya y por supuesto Austria. Del lado de los Borbones estaban Francia y Baviera. España, por su parte, hizo el primer ensayo de guerra civil, alineándose los reinos de Castilla y Navarra del lado de los Borbones y los de la Corona de Aragón del lado de los Austrias.
La guerra, tras diversas vicisitudes, se decidió en territorio peninsular a favor de Felipe V de Borbón, en las batallas de Almansa(1707) y Brihuega-Villaviciosa(1710) y se cerró con el Tratado de Utrecht.
Las consecuencias fueron desastrosas para España y han marcado nuestra historia durante los últimos 300 años. Las potencias europeas se repartieron la casi totalidad de los dominios de la corona española en Europa: los Países Bajos, Flandes, Sicilia, Nápoles, Cerdeña y el Milanesado. Menorca y Gibraltar fueron ocupados por los británicos. Mediante los decretos de Nueva Planta se abolieron los Fueros y las Cortes de los reinos de la Corona de Aragón, excluyendo la representación de la sociedad civil en su gobierno, reforzando la autoridad militar sobre la civil, y sentando las bases del estado absolutista y centralista borbónico que tantos problemas ha originado en el trascurso posterior de la historia, degenerando en el caos autonómico que ahora sufrimos.
Pero la peor desgracia que aconteció, muy superior a cualquiera de las anteriores, fue la llegada a España de los borbones. Un Borbón es capaz de dejar a sus mejores partidarios con el culo al aire a la mínima amenaza (y si no que les pregunten a Esquilache, Godoy o Primo de Rivera). Capaz de ceder todos los territorios de España y América a Napoleón a cambio de una pensión y el reino de Etruria. Capaz de jurar la Constitución de Cádiz y enviar a continuación a los Cien Mil Hijos de San Luis a masacrar liberales. Capaz de jurar los Principios del Movimiento con tal de conseguir el trono, saltándose la línea sucesoria y la voluntad de su padre. Capaz de intervenir de una u otra forma en todo golpe de estado o asonada que se le ponga por delante. Y con un comportamiento tan “personal” que hasta se ha acuñado un verbo para definirlo: borbonear.
Perdonad pues que este sábado no comparta la celebración con vosotros. Para mi será un triste fin de semana. Pero el martes se me pasará cuando me toque la lotería. Y si no me toca tambien.
Borbón y cuenta nueva.
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