Lo primero es lo primero. Un gran abrazo y mi felicitación a los que hoy han conseguido terminar su primer maratón. Carmen, Manolo, Juan, Pedro, Félix (y si me olvido de alguien que me perdone), fueron capaces de terminar el calvario en que se convirtió la carrera. Enhorabuena. Despues de esto podréis con cualquier cosa.
Por otro lado, unos tiempos lamentables y un montón de abandonos, cosa que no había ocurrido nunca en la historia del club, ha sido lo que ha dado de sí esta última edición del Maratón de Madrid. Al final, unos con problemas intestinales, otros acatarrados, yo con las dos cosas y todos perjudicados por el repentino calor, fuimos nueve los que no conseguimos terminar la carrera. Dicen los que lo vieron, que el Samur no daba abasto para atender a todos los que caían desfallecidos por el calor, incluso a pocos metros de la meta. De verdad que pocas veces os voy a felicitar tan de corazón como hoy a los que conseguisteis terminar.
Por otro lado, los tiempos han sido tan malos, que hasta me he planteado pedir la dimisión del presidente como responsable del fracaso, pero pensándomelo mejor voy a pedir la de Jaime Carnicero, que no tiene nada que ver, pero me cae mucho peor.
Y ahora debería hacer una crónica de la carrera, pero aparte de lo dicho poca cosa se me ocurre. Me maravillo a veces de lo que escriben otros corredores:
- "... y a la altura del Palacio Real, corriendo sobre 3:50 y con 162 pulsaciones, empecé a notar que me fallaban las reservas de glucógeno, por lo que bajé el ritmo a 3:45 pensando en la cuesta de calle Ferraz."
¡Así que hemos pasado por el Palacio Real! (pienso yo) ¡ Como se entere Juan Carlos que no he entrado a saludarle no me lo perdona, con el aprecio que me tiene! Lo cierto es que a partir de la Plaza de Castilla ya no sé ni por dónde paso, siempre preocupado de seguir al que llevo delante, y no equivocarme de pie al dar el siguiente paso. Y glucógeno no suelo llevar. ¡Con lo que engorda!
Y esto es así porque yo soy (y a mucha honra) un corredor lento, y nuestra carrera no tiene nada que ver con la de los rápidos. Me diréis que correr lento es una contradicción, que se corre para ir deprisa y si no que vaya andando. Pero no es así. Fijaros en las contradicciones en nuestra vida cotidiana. Los curas deberían ser célibes pero los hay que no, y siguen siendo curas. Pecadores, pero curas. Y que decir de los jueces perpertum mobile, o sea del Movimiento de toda la vida, ahora perfectamente capacitados para sentar doctrina constitucional. O de los políticos liberales... de los que prefiero no hablar.
Pero aunque vivamos en una contradicción, los lentos tenemos una ventaja. Pensamos más (seguramente porque tenemos más tiempo). Imaginaros los momentos previos a la salida. Diez mil tios y cincuenta tías echándose reflex y untándose de vaselina cada pliege del cuerpo susceptible de rozamiento. Y tú estás tan tranquilo ya que sabes que estás en Cibeles y que hay que ir al Retiro, que está allí al lado. ¡Pero cuado dan la salida todos los piernas empiezan a correr en dirección contraria a la meta! ¡Serán gilipollas! Si nos dejaran salir primero a los lentos seguro que eso no pasaba. Nos sabemos siempre la ruta más corta y todos los atajos. Y además pensamos.
Luego llegas a la Plaza de Castilla y cuando crees que vas a enfilar el camino de vuelta te enteras de que a algún keniata se le ha ocurrido ir a echar pan a los patos de la Casa de Campo y hala, ¡todos detrás! Sin pensarlo.
De todas formas, sobre lo de los patos hay sus más y sus menos. Últimamente se dice que lo de correr por la Casa de Campo es por un acuerdo entre los organizadores y Gallardón para echar a las pilinguis de la zona. Se piensa que tras el paso de tanto corredor y corredora, sudando como pollo y pollas, y oliendo como cerdos y gatitas, el tufo que queda va a causar tal trauma en los usuarios que se acerquen a la zona que tardarán meses en volver. Y debe de ser verdad. Yo cada vez que paso tardo un año en volver. Y a la mayoría os ocurre igual, seguro. Creo.
Otra ventaja de los lentos es que salimos a hacer amigos. Los que van delante sólo piensan en ganar, y en cualquiera que se les acerca ven un peligro. Nosotros no. Conocemos gente, charlamos, nos intercambiamos la bebida y los geles, y no sigo porque me emociono. Yo he conocido gente de lo más variopinto. Hace unos años fui unos kilómetros corriendo con un grupo de sevillanos que formaban parte de un club en el que el único requisito para entrar era el de haber sufrido un infarto, y que no pararon de contar chistes hasta que los perdí de vista (en la Casa de Campo, qué casualidad).
Y qué decir de los paracaidistas corriendo en formación, tan marciales con su bandera y su capitán al frente, que te dan ganas de cantar aquello de ¡soldadito español, soldadito valiente! (Ahora es distinto, ya que cuando intento cantar soldadito ecuatoriano, soldadito valiente, pierdo el compás).
El año pasado me adelantaron a la altura del Bernabeu y al final, cuando llegué a la entrada del Retiro, los vi a todos parados en la puerta. Me extrañó que se pararan tan cerca de la meta y les pregunté que hacían allí. Un cabo me explicó que tenían órdenes del cápitan de esperarlo para entrar todos juntos con la bandera, y que al que no lo hiciera le caería un paquete.
No se me ocurrió más que recordarles el memorable poema recopilado por nuestro buen censor don Camilo Jose Cela en su Diccionario Secreto:
Por otro lado, unos tiempos lamentables y un montón de abandonos, cosa que no había ocurrido nunca en la historia del club, ha sido lo que ha dado de sí esta última edición del Maratón de Madrid. Al final, unos con problemas intestinales, otros acatarrados, yo con las dos cosas y todos perjudicados por el repentino calor, fuimos nueve los que no conseguimos terminar la carrera. Dicen los que lo vieron, que el Samur no daba abasto para atender a todos los que caían desfallecidos por el calor, incluso a pocos metros de la meta. De verdad que pocas veces os voy a felicitar tan de corazón como hoy a los que conseguisteis terminar.
Por otro lado, los tiempos han sido tan malos, que hasta me he planteado pedir la dimisión del presidente como responsable del fracaso, pero pensándomelo mejor voy a pedir la de Jaime Carnicero, que no tiene nada que ver, pero me cae mucho peor.
Y ahora debería hacer una crónica de la carrera, pero aparte de lo dicho poca cosa se me ocurre. Me maravillo a veces de lo que escriben otros corredores:
- "... y a la altura del Palacio Real, corriendo sobre 3:50 y con 162 pulsaciones, empecé a notar que me fallaban las reservas de glucógeno, por lo que bajé el ritmo a 3:45 pensando en la cuesta de calle Ferraz."
¡Así que hemos pasado por el Palacio Real! (pienso yo) ¡ Como se entere Juan Carlos que no he entrado a saludarle no me lo perdona, con el aprecio que me tiene! Lo cierto es que a partir de la Plaza de Castilla ya no sé ni por dónde paso, siempre preocupado de seguir al que llevo delante, y no equivocarme de pie al dar el siguiente paso. Y glucógeno no suelo llevar. ¡Con lo que engorda!
Y esto es así porque yo soy (y a mucha honra) un corredor lento, y nuestra carrera no tiene nada que ver con la de los rápidos. Me diréis que correr lento es una contradicción, que se corre para ir deprisa y si no que vaya andando. Pero no es así. Fijaros en las contradicciones en nuestra vida cotidiana. Los curas deberían ser célibes pero los hay que no, y siguen siendo curas. Pecadores, pero curas. Y que decir de los jueces perpertum mobile, o sea del Movimiento de toda la vida, ahora perfectamente capacitados para sentar doctrina constitucional. O de los políticos liberales... de los que prefiero no hablar.
Pero aunque vivamos en una contradicción, los lentos tenemos una ventaja. Pensamos más (seguramente porque tenemos más tiempo). Imaginaros los momentos previos a la salida. Diez mil tios y cincuenta tías echándose reflex y untándose de vaselina cada pliege del cuerpo susceptible de rozamiento. Y tú estás tan tranquilo ya que sabes que estás en Cibeles y que hay que ir al Retiro, que está allí al lado. ¡Pero cuado dan la salida todos los piernas empiezan a correr en dirección contraria a la meta! ¡Serán gilipollas! Si nos dejaran salir primero a los lentos seguro que eso no pasaba. Nos sabemos siempre la ruta más corta y todos los atajos. Y además pensamos.
Luego llegas a la Plaza de Castilla y cuando crees que vas a enfilar el camino de vuelta te enteras de que a algún keniata se le ha ocurrido ir a echar pan a los patos de la Casa de Campo y hala, ¡todos detrás! Sin pensarlo.
De todas formas, sobre lo de los patos hay sus más y sus menos. Últimamente se dice que lo de correr por la Casa de Campo es por un acuerdo entre los organizadores y Gallardón para echar a las pilinguis de la zona. Se piensa que tras el paso de tanto corredor y corredora, sudando como pollo y pollas, y oliendo como cerdos y gatitas, el tufo que queda va a causar tal trauma en los usuarios que se acerquen a la zona que tardarán meses en volver. Y debe de ser verdad. Yo cada vez que paso tardo un año en volver. Y a la mayoría os ocurre igual, seguro. Creo.
Otra ventaja de los lentos es que salimos a hacer amigos. Los que van delante sólo piensan en ganar, y en cualquiera que se les acerca ven un peligro. Nosotros no. Conocemos gente, charlamos, nos intercambiamos la bebida y los geles, y no sigo porque me emociono. Yo he conocido gente de lo más variopinto. Hace unos años fui unos kilómetros corriendo con un grupo de sevillanos que formaban parte de un club en el que el único requisito para entrar era el de haber sufrido un infarto, y que no pararon de contar chistes hasta que los perdí de vista (en la Casa de Campo, qué casualidad).
Y qué decir de los paracaidistas corriendo en formación, tan marciales con su bandera y su capitán al frente, que te dan ganas de cantar aquello de ¡soldadito español, soldadito valiente! (Ahora es distinto, ya que cuando intento cantar soldadito ecuatoriano, soldadito valiente, pierdo el compás).
El año pasado me adelantaron a la altura del Bernabeu y al final, cuando llegué a la entrada del Retiro, los vi a todos parados en la puerta. Me extrañó que se pararan tan cerca de la meta y les pregunté que hacían allí. Un cabo me explicó que tenían órdenes del cápitan de esperarlo para entrar todos juntos con la bandera, y que al que no lo hiciera le caería un paquete.
No se me ocurrió más que recordarles el memorable poema recopilado por nuestro buen censor don Camilo Jose Cela en su Diccionario Secreto:
Un sargento del tercio de regulares
con la polla hacía juegos malabares,
y un capitán de la misma compañía
por más que lo intentaba no podía.
Moraleja: En cuestión de cojones,
el ejercito no admite graduaciones.
con la polla hacía juegos malabares,
y un capitán de la misma compañía
por más que lo intentaba no podía.
Moraleja: En cuestión de cojones,
el ejercito no admite graduaciones.
Pero no pude convencerles, tan fuerte es el poder de las estrellas. Así que desde entonces me estoy pensando desempolvar mi uniforme de alferez de artillería a ver si un domingo de estos consigo terminar de los primeros.
Cambiando de tema, mis colaboradores habituales hoy no han conseguido hacer fotos durante la carrera, ya que Maribel estaba corriendo con Gebrselassie, y mis hijos muy ocupados siguiendome e intentando saber en que estación de metro iba a abandonar. Así que mientras nadie mande otras fotos hay los que podéis ver en el Album. I'm sorry.
Qué triste. Ni fotos, ni marcas, ni leches. Pero esto no va a terminar así. Hay que hacer otro maratón antes de que termine el año y quitarnos la espina. Hasta entonces os dejo con la música que realmente nos merecemos todos los que hemos abandonado y todos los que habéis hecho un tiempo de puta pena. Mariconsones.
Como siempre, el que adivine el intérprete de la primera canción podrá degustar un auténtico vino de Cariñena.
Aunque le suponga un mal trago.
Buen día!
ResponderEliminarLa canción es: "Un burdo rumor" de Javier Krahe, que interpreta en el disco de La Mandrágora.
Besos a todos.
Carmen.
Hola a tod@s,
ResponderEliminarNoto mucho desánimo en tu crónica querido Joaquin.
Sin embargo, creo que a la vista de lo ocurrido, bastante ha sido con salir enteros de allí.
Y como bien dices, hay más maratones por hacer. Así que to´palante que nos queda un tramo...
Nos vemos en las pistas.
Eh¡ la segunda canción del video es " el vals de las mariposas" de mi tocayo "Danny Daniel", que es como me llaman en el curro.
ResponderEliminar¡Te lo han puesto fácil con la primera canción!,¿Eh, Carmen?,como a Isi casi no le gusta Krahe...
Dani, no te chives!!! ; ).(Te invito a casa y compartimos la botella) No, en serio, aunque Isi se sabe tooooodas las canciones (y además las canta), a mí también me gusta Krahe... no me quejo, que no era difícil...
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