El pasado domingo Tláloc se equivocó de parcela y vino a llorar a esta Guadalajara castellana y seca. El dios de los aguaceros y de los rayos, truenos, relámpagos y tempestades demostró estar en plena forma mientras nos acompañaba en la subida (y bajada) a la Peña Hueva, en el entrenamiento más inclemente que recuerdo desde que empecé a correr.
La mañana tenía tan mal aspecto, que algunos no la querían ni ver.
Pero a pesar de la lluvia torrencial, del frío y del viento que a veces nos impedía correr y respirar, un nutrido grupo de corredores decidimos emprender la ruta.
La subida a la Peña fue más o menos llevadera, con barro y lluvia, pero con el aire a favor. Pero una vez arriba un viento huracanado y un aguacero inmisericorde nos frenaron hasta el punto que algunos pensaron en buscar refugio y llamar a alguien para que nos recogiera. Pero como siempre, no se impuso la cordura y continuamos hasta el final. La llegada fue directamente a la ducha sin siquiera estirar, y de allí a casa a por las mantas y las aspirinas, arrastrando la bolsa que pesaba dos quintales de la cantidad de agua que habíamos recogido en la ropa y botas. Después de esto seguro que la Media de Guadalajara nos parecerá más llevadera, e incluso llana.
Tres compañer@s, a los que felicitamos desde aquí, hicieron la ruta por primera vez, pasando a formar parte de la élite de nuestro Club con pleno derecho y además cum laude. Enhorabuena a:
Carmen,
Luis Manuel
y David
Y estos somos el resto de esforzados y descerebrados corredores, que tuvimos el poco conocimiento de levantarnos de la cama en un día como el del domingo. Un aplauso para todos, aunque sea con las orejas, que las manos aún las tengo heladas.
Y sólo me resta pedirle al citado Tláloc, que se vaya a llorar a otra parte y el próximo domingo se quede en Jalisco. Os dejo una estampita suya para que le podáis dirigir vuestras rogativas.
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